¡Señoras, señores! Por favor, tomen asiento. Muchas gracias por venir a mi posada, alrededor de mi hoguera. Son pocas las paradas que hago, ya que Lúcido es un mundo que posee vida, que crece y se extiende mientras estamos aquí sentados. Pero no quiero que vuestro viaje sea en balde. Pedid algo de beber y de comer, y acomodaos en vuestros asientos. Las historias que aquí os contaré serán el testimonio narrativo de lo que mis ojos han visto, mis manos tocado y mis oídos escuchado.
Bienvenidos a Lúcido

jueves, 14 de abril de 2016

Prólogo: a la sombra de Lúcido

Despertó sin recordar nada, con el corazón latiendo a mil por hora y sin poder respirar. Al recordar que necesitaba tomar aire para sobrevivir, hizo acopio de sus fuerzas e inhaló con fuerza, sintiendo cómo sus pulmones se llenaban de un aire tremendamente limpio, incluso parecía tener peso propio.

      Abrió los ojos, observando su alrededor: estaba tumbado sobre la arena, y sentía cómo el agua de una extraña playa le tocaba sus piernas, hundiéndola en la arena rojiza. Sin saber bien qué hacer y sin poder controlar su propio estado, comenzó a reptar hacia atrás, ayudándose de las manos e intentando no hundirse de nuevo en la arena.

      Así fueron sus primeros minutos en Lúcido: tras varias horas de pánico y miedo, había conseguido relajarse... en parte. Se encontraba dentro de una habitación que le habían asignado, y había hablado con personas que tenían la misma información que él: que no sabían dónde estaban.

      Merodeador: se arrebujó en la manta que le habían dado y pensó en el explorador, el único ser seguro con el que se había cruzado. Recordó su discurso, recordó sus explicaciones sobre Lúcido, sobre el mundo en el que se encontraba, sobre la ignorancia que tenían todos de cómo habían llegado allí.

      Había comentado, recomendado, impuesto... daba igual el verbo, pero había dicho una regla: resignación. En Lúcido era mejor resignarse a todo lo que te ocurriera, bueno o malo. Él no estaba por la labor, pero cuando todo tu alrededor cambia en cuanto dejas de mirar, intentas pensar que aquello es lo natural... aunque sabía que no lo era.

      Kangei era un barrio creado por aquellas personas que habían decidido permanecer cerca del lugar en el que habían aparecido. Habían construido barcos, con la esperanza de volver a su sitio de origen a partir del mismo lugar que les había traído. Pero por cada día que pasaba, lo pensaba mejor. ¿Qué lugar de origen? Cada vez tenía más difusa su procedencia, y comenzaba a sentirse cómodo en aquel lugar.

       Merodeador, el explorador más conocido de Lúcido, había partido días antes: por lo que había escuchado era costumbre que el explorador desapareciera durante días, incluso meses, en la búsqueda de nuevos caminos de Lúcido, dentro de los diferentes pisos que el mundo tenía.

      La noche había caído, pese a que no había nada que lo indicase: todos se dejaban guiar por la oscuridad que invadía las calles, dejando un cielo totalmente oscuro, sin nada luminoso en él. Saúl contempló el cielo mientras paseaba, llegando al destino que se había marcado desde el primer día: la playa en la que, en parte, había nacido.

      Las olas se encontraban lejos, ya que la marea había bajado. La arena que había sido rojiza ahora adoptaba un color amarillento, dependiendo de la lejanía del agua. Se acarició las sienes, sintiéndose confuso. Odiaba aquel lugar, sus cambios, el sentimiento de extrañeza que era incapaz de controlar...

      Dejó de pensar en sus propios problemas: se había sentado en la playa, como todos los días, sin temerle a la oscuridad que le rodeaba, tan sólo evitada por algunos faroles que iluminaban el camino de Kangei, metros lejos de él. Pese a la poca iluminación, pudo distinguir algo diferente en la arena, una silueta parecida a un cuerpo. Se levantó con rapidez, sabiendo que aquello no era una ilusión del extraño mundo, sino una persona, un cuerpo de verdad.

      Corrió hacia el cuerpo sin temer la marea, la cual había decidido subir de nuevo, siguiendo los caprichos de Lúcido. En parte actuaba a contrarreloj, ya que el cuerpo parecía inerte... y la marea continuaba subiendo.

      Al llegar a su lado contempló la situación: era el cuerpo de una mujer joven, con el pelo totalmente mojado y el rostro levemente girado, por lo que no se obstruía la respiración. Todo su cuerpo estaba empapado pese a que la marea llevaba sin subir desde hacía horas. Tocó el cuerpo y lo sintió helado.

      Lo había perdido... si no fuera porque su mano comenzaba a moverse. La chica estaba intentando abrir los ojos, moverse y huir del agua que poco a poco se iba acercando, engullendo el espacio que había entre ellos. Saúl pudo distinguir, en su mano medio abierta, una especie de nota. La cogió con cuidado, elevando el cuerpo de la chica hasta conseguir incorporarla.

      Abrió la nota con ayuda de su mano libre, totalmente nervioso: ¿Por qué narices se quedaba allí, en lugar de arrastrarla hasta la orilla?

      La nota estaba escrita en un papel envejecido, húmedo a causa de la playa y de la arena. Las palabras estaban escritas en una caligrafía clara y en letras grandes, como si su autor supiera las inclemencias que iba a poder sufrir.

       "Deja que Lúcido elija su destino. Si intercedes, todo cambiará. No lo hagas, seas quién seas. No lo hagas"

      Dejó a la chica sentada mientras volvía a leer la nota. El agua se acercaba con rapidez, como si Lúcido intentase mostrar que tenía razón, que sus designios eran incuestionables. La miró por última vez, observando su boca semiabierta, sus ojos cerrados, su cuerpo a punto de derrumbarse de nuevo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario