¡Señoras, señores! Por favor, tomen asiento. Muchas gracias por venir a mi posada, alrededor de mi hoguera. Son pocas las paradas que hago, ya que Lúcido es un mundo que posee vida, que crece y se extiende mientras estamos aquí sentados. Pero no quiero que vuestro viaje sea en balde. Pedid algo de beber y de comer, y acomodaos en vuestros asientos. Las historias que aquí os contaré serán el testimonio narrativo de lo que mis ojos han visto, mis manos tocado y mis oídos escuchado.
Bienvenidos a Lúcido

jueves, 14 de abril de 2016

3. El bosque Bangei



Bangei es un bosque

Bangei es un río

Es algo distinto

Cada vez que amanece.

Hoy será un torrente

Mañana nadie sabrá.

Pero ahora Bangei es un bosque

Así que el camino andarás

Pero mañana solo Moldeador sabrá

Cómo Bangei se levantará

Si como río o como bosque

Si como vida o como muerte


Canción Popular


* * *


     Saúl guardaba silencio mientras recorrían el estrecho camino del bosque, aunque las ramas y las hojas de los árboles cercanos ya habían conquistado aquel pequeño terreno de piedras. Él y su acompañante pasaban más parte del camino agachados y esquivando hojas que andando y avanzando.

     Finalmente se detuvieron en una especie de claro que el bosque dejaba. Las hojas silbaban por el viento, y la luz que se había posado en el cielo de Kangei ya no estaba visible allí, sustituida por un cielo azul claro y verdoso. Dejó de mirarlo, molesto por aquello, sabiendo que algo andaba mal. La chica cayó a su lado, arrellanándose contra uno de los árboles.

     ─ Descansaremos un rato, pero hay que seguir en poco tiempo ─ advirtió ella, mirando su alrededor con recelo ─ . Odio este lugar. En general.

     Saúl no dijo nada: contempló sus ojos verdes, su pelo castaño, sus facciones delgadas y su piel pálida. Pese a su delgadez, sus brazos y piernas mostraban que era una persona atlética, que no se había quedado parada en Kangei.

     ─ Tengo dos preguntas ─ acabó diciendo Saúl, intentando acomodarse en un suelo mullido y a la vez escarpado por culpa de las pequeñas piedras ─. Ambas para ti.

      ─ ¿Para quién sino? ─ dijo ella con cierta resignación.

       Saúl ignoró el tono de voz y lo que pudiese indicar. Levantó su dedo índice.

       ─ Lo primero. ¿Cómo te llamas? ─ preguntó con cierta ironía en la voz, pensando que era injusto no saber aún ese dato de ella.

       La chica pareció sorprenderse por la pregunta, pero los colores subieron a su rostro y decoraron sus mejillas. Se las tapó con rapidez. 

       ─ Por los dioses, perdona. Se me había olvidado ─ . Negó con la cabeza para ella misma ─ . Mi nombre es Adriana.

       ─ Un placer ─ dijo sin muchas ganas, sin querer darse a conocer. Bueno, tampoco recordaba su vida para ello. Su conversación tan sólo sería "Hola, mi nombre es Saúl, casi me ahogo en ese maldito océano intransitable que tiene Kangei y... bueno, ya viste mi habitación"

       Adriana no pareció insistir en conocer nada más de Saúl, sino que respetaron la privacidad en temas personales. Saúl, que mantenía el índice levantado, levantó el dedo corazón.

       ─ Y lo segundo... ¿Qué está pasando?

       Aquella pregunta no parecía tener una respuesta fácil. Adriana agachó la mirada, jugando con las briznas de hierba, con el ceño fruncido. Saúl se levantó sin muchas ganas, cansado de estar sentado, cansado de andar, de hacer cualquier cosa. Por los dioses, no sabía qué quería hacer, pero aquel sentimiento de urgencia, de ignorancia, le estaba matando.

       ─ No lo sé ─ dijo Adriana, levantándose ella también. Parecía que la chica estaba más cerca de él ahora, aunque ignoró la sensación ─ . Sé lo mismo que tú y...

       ─ ¡Venga ya! ─ Saúl elevó la voz, agradeciendo estar solo y lejos de Kangei. Se apoyó en el árbol que había detrás de él ─ No me engañes, no empecemos así ─ señaló la dirección donde creía que estaba la ciudad, esquivando uno de los árboles para no darse con él ─ sabías llegar a este bosque. Sabías que te estaban persiguiendo. ¡Hasta sabías cómo acabar con esa maldita silueta!

       ─ Se llaman duxias ─ acabó admitiendo Adriana, clavando sus ojos verdes en los marrones de Saúl ─. Son como ilusiones, creadas a distancia. Aunque no mueven las piernas y las manos, pueden desplazarse... y bueno, hacer daño.

       Saúl negó con la cabeza, intentando olvidar por todos los medios la horrible sensación de confusión que le había invadido al enfrentarse a aquello. Era como ser protagonista de una película de terror. Se metió las manos en los bolsillos, resignado. Tenía hambre, sueño y ganas de llorar, todo a partes iguales.

       ─ ¿Quién escribió la nota? ─ preguntó sin muchas ganas de saberlo, aunque sabía que era necesario ─ . 

       Adriana se mordió el labio inferior, arrepentida, en parte, de que Saúl estuviera allí. Intentó ignorar aquello, ya que no consideraba que la chica tuviera parte de culpa. Era esto o dejarla morir en el océano maldito, y, la verdad, aunque no se acordaba de nada del pasado, sabía que era una buena persona.

       ─ Se hace llamar Limbo. Es un gran moldeador de mundos. Es él quién crea los duxias, quién cambia las notas, quién hace todo eso...

       ─ ¿Y por qué tú has sido su...?

       Adriana le calló con un gesto de mano, contemplando su alrededor. Sin saber por qué la imitó, descubriendo que el claro en el que habían acampado ya no existía. En aquel momento se encontraba apoyado en el árbol, rodeado de más árboles y a pocos pasos del camino empedrado, donde Adriana se encontraba de pie. Sintió cómo sus sienes ardían, recordando que hace un segundo la chica estaba al lado de un árbol, deshaciendo briznas de hierba. Durante unos segundos no supo cuál de las dos realidades era la buena, aunque acabó negando con la cabeza.

       ─Vayámonos de aquí ─ acabó diciendo Adriana, mirando su alrededor y haciendo caso al pequeño camino construido ─ Bangei se le conoce por ser un lugar misterioso y peligroso, un bosque en movimiento. Aunque bueno, esa descripción define todo Lúcido.

       Se alejaron por el camino empedrado, aunque varios metros detrás de ellos Bangei se reconstruía, convirtiéndose en un terreno escarpado y de gran altitud, con matojos en vez de árboles, donde la tierra se convertía en arena. Delante de ellos, quizás a la misma distancia, Bangei transformaba las hojas de sus árboles en pequeñas gotas de agua, creando una lluvia intensa y húmeda que acabaría en un gran lago. Pero por ahora, Adriana había elegido el camino seguro, libre de cambios, y nunca sabrían dónde comenzaba el bosque, dónde terminaba o, en definitiva, en qué punto de Lúcido se encontraba en aquel momento el bosque. Mientras, Bangei cambiaba, desplazando su boscoso manto.






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