¡Señoras, señores! Por favor, tomen asiento. Muchas gracias por venir a mi posada, alrededor de mi hoguera. Son pocas las paradas que hago, ya que Lúcido es un mundo que posee vida, que crece y se extiende mientras estamos aquí sentados. Pero no quiero que vuestro viaje sea en balde. Pedid algo de beber y de comer, y acomodaos en vuestros asientos. Las historias que aquí os contaré serán el testimonio narrativo de lo que mis ojos han visto, mis manos tocado y mis oídos escuchado.
Bienvenidos a Lúcido

jueves, 14 de abril de 2016

1. Un viaje obligado


El silencio de su habitación le permitía pensar, urdir un plan, o por lo menos sentir que tenía una idea de lo que iba a hacer. Había conseguido arrastrar a la chica desde la playa, y había agradecido la suerte que había tenido al no encontrarse con nadie por el camino. Durante el trayecto por Kangei se había ayudado de la extrañeza y la atmósfera liviana de Lúcido, echando a la chica en sus hombros y acarreandola sobre su espalda. 

     Ahora la joven se recuperaba en su cama, con un tono de piel que se alejaba de la palidez con la que se había encontrado. Saúl observó su boca semiabierta durante unos segundos, sentado al lado de ella, sin poder romper el silencio. La ropa de la joven seguía húmeda, aunque no se había atrevido a quitársela. Una parte de su cabeza decía que era estúpido hacerlo, que quizás la chica moría por miedo a verla desnuda. Su otra parte, la victoriosa, había decidido abogar por el recato, dejar la ropa necesaria y taparla con muchas sábanas. 

     Respiró hondo cuando la vida comenzó fuera, en Kangei: la gente salía de sus habitaciones, buscando un trabajo en el que poder ayudar, intentando ser parte de un mundo que apenas conocían. Saúl no podía evitar pensar, irónicamente, en los pensamientos y recuerdos que había perdido, la vida que no recordaba. Mordiéndose el labio con fuerza se mantuvo inquieto dentro de su habitación, rezando para que nadie llamase a la puerta y le requiriese. 

     Estuvo junto a ellas durante horas: paseaba por la pequeña habitación para estirar las piernas, y el resto del tiempo observaba a la joven, tocaba su piel y su ropa para comprobar si estaba seca e intentaba apreciar cualquier cambio en el color de su piel. El día fue transcurriendo, y aunque sabía que no serviría de nada mirar a la puerta, nadie había llamado en todo el día. 

     Se levantó de la silla, sintiendo la dureza en todas las partes de su cuerpo, y queriendo salir allí afuera y correr, estirar los músculos. Se acercó a la pequeña mesilla que había al lado de la cabeza de la joven, abriendo uno de los cajones y rebuscando en él: en pocos segundos se hizo con la nota que había encontrado en la playa, junto a ella.

      "Deja que Lúcido decida su destino. Si intercedes, todo cambiará. No lo hagas, seas quién seas. No lo hagas"

      Tragó saliva, e intentó no poner cara a la persona que había escrito esto, o a los actos que podía llevar contra él si descubría que había ignorado la nota a propósito, en pos de conseguir que la chica sobreviviera... si lo hacía. Meneó la nota en su mano, observando el contorno de cada letra, el papel envejecido, el color rojizo con el que estaba escrito...

       ─¡No! ─ gritó la chica al mismo tiempo que se incorporaba en la cama.

      Saúl dio un respingo, cayendo de la silla hacia atrás por culpa de impulsarse con los pies. Dejó que la nota cayera de sus manos, sintiendo el golpe en su espalda. La joven también se asustó al escuchar el ruido de la silla, encogiendo sus piernas y apoyándose en la pared que había en uno de los lados de la cama. Desde el suelo, Saúl contempló los ojos marrones de la chica, acorde con su pelo castaño. Era una cara normal y corriente, una más en Lúcido, o por lo menos en Kangei. Su expresión tensa se relajó, aún con los ojos bien abiertos.

     ─¿Dónde estoy? ─ preguntó en un susurro, sin dejar de mirar a Saúl.

     El joven se permitió recuperar la dignidad y levantarse, antes de contestar nada. La chica mantuvo el silencio hasta que Saúl colocó la silla de nuevo, masajeandose la espalda y cogiendo un papel del suelo. Saúl se lo extendió, y ella, asustada, se intentó alejar más, incapaz por culpa de la pared. 

       ─Estás en Kangei ─ él habló normal, ignorando el tono íntimo de la joven. Conocía poco Kangei, pero sabía que estaba seguro allí ─ estabas en la playa y....

       ─Lo sé ─ la joven se acercó a él y le arrebató la nota de la mano, leyéndola con rapidez y con gesto de concentración. Tras ello, y sin decir nada más, se levantó, manteniendo el equilibrio con torpeza durante los primeros segundos ─ Gracias por sacarme. Me tengo que ir.

       ─¿Qué? ─ Saúl se levantó junto a ella, incrédulo ─ Vamos, has leído la misma nota que yo. No sé qué narices he cambiado. ¿Qué sabes de todo esto?

       La chica acarició sus propios brazos, percatándose de que estaba húmeda y de que poco le faltaba para estar en ropa interior. Dedicó una mirada cruel a Saúl y buscó en los cajones el resto de su ropa. Saúl, la seguía como su sombra.

       ─Sí, hemos leído el mismo trozo de papel. Pero será mejor que me vaya.

       ─No entiendo qué peligro hay de que...

        Antes de que dijera más, la joven atajó su discurso y plantó el papel en su cara. Saúl sintió el dolor del leve puñetazo, aunque cogió la nota y la volvió a leer. Sentía que su corazón se aceleraba, víctima de la incertidumbre y de la confusión. Era la misma caligrafía, el mismo tamaño de letra, el mismo papel. Pero el mensaje había cambiado.

"Dos días tenéis, pero los destinos a los que ir serán siempre los mismos. Soy un cazador, preciosa. Y Lúcido es mi terreno predilecto. Ahora sois mis presas"


       ─Espero que hayas leído el sois ─ La chica se acercó a la puerta, ya vestida con la misma ropa con la que le había encontrado ─ Así que vamos. Tenemos dos días para encontrar un nuevo lugar que él no conozca.


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