¡Señoras, señores! Por favor, tomen asiento. Muchas gracias por venir a mi posada, alrededor de mi hoguera. Son pocas las paradas que hago, ya que Lúcido es un mundo que posee vida, que crece y se extiende mientras estamos aquí sentados. Pero no quiero que vuestro viaje sea en balde. Pedid algo de beber y de comer, y acomodaos en vuestros asientos. Las historias que aquí os contaré serán el testimonio narrativo de lo que mis ojos han visto, mis manos tocado y mis oídos escuchado.
Bienvenidos a Lúcido

domingo, 6 de diciembre de 2015

Hoy hablaré de Kahai



Como ya os dije ayer, mi llegada a Kahai fue acompañada por la confusión y el dolor físico que tanto representa a los viajes en Lúcido. Aquel lugar parece una noche eterna, con tierra y piedras grisáceas que parecían calcinadas. Lejos de allí, gracias al eco, era capaz de escuchar cómo algo, ya sean pequeñas piedras o incluso agua, caía en torrente hacia el suelo. Y por lo que se oía, parecía caer un buen tramo de altura.

                Comencé a andar pese a que era lo último que me apetecía: el olor de aquel piso, recuerdo, era pesado, y costaba respirarlo. Apenas podía correr o realizar un ejercicio mayor que el simple paseo, ya que comenzaba a toser y me ahogaba por culpa del polvo que cubría aquella atmosfera. Mis ojos se fueron acostumbrando a la penumbra del lugar, y gracias a ello conseguí ver todo aquello que me rodeaba. 

                Decenas de figuras famélicas y encorvadas habían pasado inadvertidas para mis sentidos, pese a que soy un explorador con experiencia: por suerte llevaba mi puñal, el cual estaba dispuesto a usar si esos seres, o lo que fueran, querían atacarme e iniciar una pelea. Por suerte, estaban demasiado ocupados en mantenerse en pie como para ser conscientes de mi presencia.

                Aquello parecía una procesión, una migración hacia un lugar no definido: la piel de aquellos habitantes estaba totalmente grisácea, similar a las piedras que había a nuestro alrededor. Sus ropas estaban hechas jirones, y muchas partes de su cuerpo estaban desnudos por la ausencia de tela. Pero no les parecía importar. 

                Tengo que admitir que no estuve allí más tiempo: seguí con aquel paso lento que me podía permitir, deseando correr y alejarme de aquel lugar. Los habitantes continuaban su viaje sin mirar atrás, sin una simple palabra de sorpresa al ver allí a un piel pálida, como ellos me llamarían al ver mi color claro de piel. No sé bien si estaban viajando hacia su muerte, a convertirse en piedra por la gracia de Moldeador, pero sabía que nuestro amigo algo tenía que ver en todo ello. 

                Continué mi camino, alejándome lentamente de aquella pandilla de habitantes y acercándome al sonido que llevaba escuchando desde el principio. El suelo y las piedras se iban convirtiendo en un camino de guijarros más claros, y noté cómo mis pulmones se llenaban de un aire más limpio. Todo a mi alrededor parecía ganar color por cada paso que daba: el suelo era cada vez más blanco, las paredes parecían desaparecer tras mi espalda, como si nunca hubieran existido anteriormente.

                A veces Lúcido puede generar grandes dolores de cabeza: miras hacia un lado que creías conocer y te encuentras con una realidad completamente diferente, con objetos, colinas, piedras, ríos, nubes e incluso lunas que antes no estaban allí. Vuelves a mirar, y algo es, de nuevo, diferente. Pero a veces parece dar un respiro y hacer las cosas de forma gradual, y así fue en Kahai.

                De las piedras blancas que veía a mi alrededor y que pisaba comenzó a manar agua: parecía que desde el interior de la tierra salían olas, dispuestas a desplazar a todo aquello que hubiera sobre la superficie. Al principio era leve, un cosquilleo en los pies, caricias húmedas que tus ampollas agradecían.

                No hay que confiar en Lúcido: quizás es una de las reglas que me impongo y que me han hecho continuar con vida. Lo que era un reguero de agua se convirtió, de forma menos gradual de lo deseado, en un gran torrente que fue capaz de arrastrarme. Resignado – la única forma de vivir en Lúcido a veces – comencé a nadar. El torrente crecía y crecía, como si en lugar de salir de una maldita cueva con muertos vivientes me hubiera tirado desde una catarata, desde el punto más alto de la montaña. 

                Pero cuando llega la tormenta, también lo hace la calma, por lo menos permanece algunos minutos antes de que vuelva otra vez la tormenta. Y así fue, ya que el torrente dejó de golpearme, de llevarme de un lado a otro del maldito río, a través de laderas de colores morados y grisáceos. El agua se relajó, y me permití relajarme con él. El frío relajó mis músculos y pude beber del propio agua, sintiéndome fuerte, activo tras aquella experiencia en Kahai.

                ¿No os he hablado nunca de la senda de Kanso? Este río desciende por todo el mundo de Lúcido, y acaba en el teatro de Moldeador, el lugar donde nadie quiere acabar. Es obvia la razón. La senda de Kanso se divide en pequeños afluentes, ríos que te llevan a lugares por los que no puedes acceder de otro modo. Es como un camino tan visible que es capaz de llevarte a mundos invisibles.

                Me dejé llevar: era una locura, pero Lúcido acompañaba a aquel sentimiento y te dejaba enloquecer. Mañana seguiré, pero ahora es hora de descansar. Recordad: resignaos, no luchéis contra lo que viene. Lúcido siempre es más poderoso.

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